jueves, 27 de noviembre de 2008

Quién

Chirría la puerta, crujen los desconchados y viejos escalones de madera, las ventanas parecen abrirse y ni un triste haz de luz soy capaz de encontrar entre los retales de las cortinas.

Tranquilo, solo era el aire, que entra con fuerza por los pórticos y ventanales de mi vida. En su tropezar parece que arrasa con todo, vaciando los soportales y dejando, para todos, un frío que siempre hará compañía.

Consigo, parecía traer las nubes. Como pequeños incisos acercados desde el cielo, buscan engañar, queriendo abrigar pero no haciendo sino enfríar aún más los tiempos, los sueños y la vida de los que seguimos sin ser nadie.

Ni la luz conseguía entrar. El sol huía, como un perro, vagabundeando entre las tristes calles de mis recuerdos, en las que solo viejos y degradantes bares quedaban, para hacer, si cabe, más pesimista la visión de una penosa noche en los días dentro de los míos.

Las montañas no me dejaban ver más allá de tus ojos, que me cercaban el mundo alrededor de una estrella pequeña pero de incesante brillar, con un plateado que permanece, indeleble, en mis peores pesadillas y en la mayoría de mis mejores sueños y recuerdos.

Ni siquiera parece oirse el transcurrir de un mísero arroyo por las grietas de mis mejillas, como una de las numerosas lágrimas que a menudo surcan mis valles vacíos. Han corrido hasta los cantos de las cuencas, a arroparse bajo otro manto cálido y de color, queriendo pintar estas oscuras noches y los más negros días con los colores de otros momentos que parecían dejar de la lado los dominios de la tristeza.

Y no queda nadie, ni nadie vendrá, que pueda detener todo ese viento después de llevarse las negras nubes de algodón. Nunca tendrás poder para hundir las montañas, para hacerlas polvo, para echarlas al mar y que se pierdan en la profundidad abisal, donde hasta lo más horrible parece magnífico.

Aun se seguirá esperando a que alguien llegue, encienda el sol para que caliente mi memoria, para que entre a mis recuerdos y convierta el presente en algo no peor que el pasado.

jueves, 6 de noviembre de 2008

Muerte

Caer. No importa de dónde vengas, ni a dónde vayas. No importa qué cosas te cruces en el camino ni qué motivos te lleven a perderte en él.

Detrás, agarrada a la mismísima sombra pero escondida bajo tu piel. Y le da igual qué te retenga, y no le molesta que luches contra ella. Tiene la batalla ganada; es una guerra sin sentido, un combate desigual, una pelea de opuestos; como dos imanes contrapolados, que se odian y necesitan, repeliéndose, pero los cuales, el uno sin el otro, no sería nada. Esa es su batalla, la suya contra la nuestra, la suya contra la tuya. Mi muerte y tu vida, tu vida y mi muerte.

Y no le interesa si eres feliz. Si sonríes a la vida, la muerte quiere estar de tu parte, estar a tu lado y no separarse nunca, quererte, besarte. Si la vida te corrompe, para mi muerte apestas. No importa que tú ahora la quieras a ella, no le importa que la necesites.

Pero, tan lista, como un niño que siempre sabe escaquearse del castigo, como una perdiz que siempre llega a su nido, como un par de ratones que llegan al triste queso agujereado.
Y te encuentra; y sigue sin importarle ni donde ni cuando. Ni por qué. Ni tampoco le importa cómo.

No puedes volver. Y si lo consigues, no le importa. Tanto te necesita, tanto quiere ir pegada a tí, que aunque vuelvas, dejes de ir, llegues, salgas, entres, vueles, sueñes... está contigo, siempre esperándote; en el mínimo segundo que te descuides, puede abrazarte, necesitarte demasiado como para dejarte ir.

Tú no tienes nada que hacer. ¿Tú quien eres? Ella es la muerte; mi muerte, tu muerte.





"Ella, tan segura de alcanzarte, te deja toda una vida de ventaja..."



Para tí; porque si tú eres la vida, yo soy la muerte. ^^