sábado, 25 de octubre de 2008

Dentro

Cuando, después de una noche sin dormir, la luz del Sol comienza a colarse entre las rendijas de mi persiana y, como pequeñas luciérnagas, me molesta en los ojos, pienso que de nada ha servido todo ese tiempo allí recostado, como muerto, pensando en ti, viéndote en la oscuridad de mi habitación, junto a la mesilla, con tus ojitos abiertos y sonriendo como si nada hubiese ocurrido.

Aún te veo ahí, paseando por las calles junto a mi, cuando mis dedos se perdían entre tu pelo, cuando tus caricias me hacían volar, cuando soñábamos con crear un único mundo en el que existiesemos tú y yo...

Y te vuelvo a ver por los pasillos, puerta tras puerta. Miro por la ventana y eres tú quien está ahí, eres tú quien me mira. Pero sigues andando, sigues hacia adelante. Una vez me pareció que te detenías, que me esperabas; llegué hasta abajo y me encontré solo, en mitad de miles de personas que no querían nada y lo buscaban todo.

Me parece que vuelvo a caer; quizás ni si quiera haya conseguido levantarme. Todo lo llevo dentro, puesto. Los pies me pesan y, me doy cuenta, de que no sé si realmente están atados al fondo del pozo, o soy yo el que no quiere subir, el que prefiere quedarse allí contemplando el fuego sin ir hasta la luz; la luz me recuerda al mañana, después de una noche sin dormir, recostado, como muerto.